Historia del Club Tanaguarena

Bernardo Siso descubre la Hacienda «Juan Ruíz»

A principios de la década del cuarenta, la joven pareja de Bernardo Siso y su esposa, viajaban con un tráiler por la franja que se extiende a la falda del Ávila, entre su vertiente atlántica y la orilla del Mar de Caraballeda, avistaron la Hacienda Juan Ruiz y percibieron rumores de oleaje más allá del cañaveral. Años después, a esa pareja, como a muchos de nosotros, podría decirles algo la canción:

«Voy por la vereda tropical,
la noche llena de quietud
y de suspiros junto al mar…»

Tocaron el claxon y acudió a las puertas de la hacienda uno de sus cuidadores. Una oportuna propina y la manifestación de querer acercar el tráiler a la orilla del mar fueron suficientes para que les permitiera bañarse en la playa y pernoctar allí en su casa rodante.

La playa era peligrosa, pero el lugar paradisíaco. Estaba bordeada por cocoteros, palmas y uveros. La caña, igual que el rostro de las personas, recibía caricias sensuales del Mar de los Caribes.

Los Siso se prendaron del lugar y regresaron repetidas veces para volver a instalar su trailer en la Hacienda Juan Ruíz. A mayor contacto mayor enamoramiento. El amor, que siempre quiere apropiarse de lo amado, dio su fruto: Bernardo Siso concibió la idea de adquirir la hacienda para establecer en su suelo una urbanización balnearia.

Nace una urbanización, CARIBE

Bernardo Siso, junto con un socio de nombre Carlos Heny, adquirió la hacienda Juan Ruíz a los señores Sosa, sus propietarios. Lo hizo con el propósito de establecer en su suelo una urbanización que tendría balneario, en el lugar donde habían aparcado el tráiler.

El trabajo fue arduo porque había que drenar la laguna existente en terrenos de la hacienda y canalizar el regato que discurría, buscando el mar, por una quebrada que bajada del Ávila. Los zancudos y el paludismo dificultaban la tarea.

Pero la empresa había sido concebida por y con amor. La función primordial de los bancos ya era entonces, más que ahora, prestar a otros el dinero que le confiaban unos.

Bernardo Siso ya usaba menos el tráiler porque se había mudado, con su familia, a la casa colonial que había sido la primera aduana de la Compañía Guipuzcoana, hoy es sede del Caraballeda Golf Club.

Desde su patio contemplaba el terreno adquirido, mientras que su socio Carlos Heny lo hacía desde el mar en su barco a vela. Ambos acariciaban ilusiones. Soñaban con convertir aquel paraíso natural, sin que dejara de serlo, en una urbanización con balneario.

Pero las ilusiones, así como no tienen medida, tampoco tienen seguro. Un buen día comenzó a llover y casi se olvidó de parar. Llovió durante una semana, anegando los terrenos que habían principiado a roturar y a disponer para el parcelamiento. Mucha de la tierra removida fue arrastrada hacia el mar y con ella las ilusiones de aquellos emprendedores.

Carlos Heny tiró la toalla. Bernardo Siso habló con los bancos y decidió continuar adelante. Le compró su parte al socio y quedó como único propietario.

Reanudó la construcción de la Urbanización Caribito a la que el crecimiento robó el diminutivo, dejándola en Urbanización Caribe, con cuyo nombre llegó a nuestros días. Hasta hace tan sólo unos meses dicha inscripción todavía figuraba al pie de nuestro logotipo, hoy actualizado con técnicas de refrescamiento en su diseño.

El paraíso abre sus puertas al hombre

Aquel lugar paradisíaco en estado natural comenzó a transformarse. Sin dejar de serlo, abrió sus puertas al hombre y lo admitió en su recinto.

Las obras del aeropuerto de Maiquetía permitieron a los urbanizadores adquirir a buen precio maquinaria que se había utilizado en ellas.

La laguna fue desecada, se parcelaron los terrenos, se construyeron los campos de golf y quintas de arquitectura tropical. Pronto quedó convertida Caribito en una urbanización hermosa, como pocas existirían para la época, ni siquiera en La Florida.

Cocoteros, uveros de playa, acacias, palmas, flamboyanes, buganvillas y apamates tejieron lujuriante vegetación en tomo a las quintas oreadas por el céfiro que ya asciende, salobre, del mar o, dulzón, baja del Ávila. Era frecuente ver al turpial sobrevolar sus dominios, en los que ahora escasea, y escuchar al madrugador cristofué, que todavía encuentra allí aceptable su hábitat. Los menos afectados, más bien favorecidos, resultaron los oscuros torditos, que recogen migajas de comida de las gentes y anidan en los uveros mecidos, a veces, por vientos alisios desviados de alguna isla vecina. Todavía hoy, por las mañanas temprano, las guacharacas protestan, desde la falda del Ávila, recordándonos que aquéllos son dominios suyos, como lo fueron del turpial…

De Balneario a Club

Los dueños de parcelas tenían derecho a la utilización del balneario. Cuando pasó a ser club, el derecho se mantuvo, pero casi todos los propietarios optaron por la adquisición de una acción al precio de mil bolívares. Sin embargo, la empresa inmobiliaria seguiría manteniendo en tenencia la mayoría de acciones.

En la década de los setenta, los herederos de Bernardo Siso construyeron las Residencias Tanaguarena en un lote de terreno adyacente al balneario. Los compradores de ese condominio comparten el acceso al balneario. De ahí deriva esa buena vecindad y uso de áreas de playa comunes, aunque se han delimitado los linderos del resto de los respectivos terrenos.